Autor: Santiago Polito Belmonte
La diferencia básica entre los capitalistas, si así puede llamárseles, del mundo grecolatino mediterráneo, con los que surgirán a partir del renacimiento urbano y comercial de los siglos XI y siguientes, radicará en el origen de sus capitales: en la antigüedad clásica, el acrecentamiento de bienes y riquezas será el resultado de afortunadas guerras de conquista y de las exacciones y despojos de los pueblos y regiones dominadas por el conquistador. Un ejemplo típico es el del romano Craso que, como prestamista financia las campañas electorales de Julio César y se resarce con creces una vez que éste regresa victorioso luego de conquistar las Galias.
Por el contrario, el capitalismo bajo-medieval, nacerá y prosperará como resultado del cálculo y la especulación mercantil, a partir del accionar del mercader itinerante que, después del año mil, en una Europa occidental ya menos azarosa por el término de las oleadas invasoras que la venían jaqueando desde el Siglo V casi sin interrupción, se animará a comprar lo más barato posible allí donde abundan algunas mercancías, para ir a venderlas al precio más alto , aunque no sin correr grandes riesgos, en otras regiones donde escasean o no se las produce. La diferencia resultante, -si logra regresar indemne a su punto de partida- , constituirá su ganancia y, paulatinamente, dará inicio a un precapitalismo de corte netamente comercial.
La paulatina evolución y acrecentamiento subsiguientes son sobradamente conocidos: del mercader itinerante solitario, a la empresa familiar (sin intermediarios) y de ésta a las sociedades en commenda de varios comerciantes reunidos para compartir pérdidas y ganancias.
Paralelamente, la evolución se dará también con el funcionamiento de las ferias anuales de Champaña: en enero y febrero en Lagny; marzo y abril en Bar-sur-Aube; mayo y junio en Provins; julio y agosto en Troyes, septiembre y octubre en San Ayoul, (Provins) y de nuevo en Troyes, (pero ahora en San Remi) en noviembre y diciembre cuyo mayor esplendor se registra en el Siglo XIII, y en las cuales, el primitivo tránsito de las mercancías desde los mares Mediterráneo y Báltico hasta Champaña, requería también el riesgoso traslado de las diferentes monedas en metálico en uso: florines, ducados, dinares, libras, marcos, etc. modalidad que dará lugar a la actividad de los imprescindibles cambistas, en sus comienzos de origen lombardo, a los que se les dominará banqueros porque solían sentarse en las ferias en un banco de madera, desde el cual realizaban el canje de las distintas monedas, obteniendo de esa manera sus ganancias.
No obstante, ya bastante antes del 1300, año en el que hace su aparición el mercader sedentario que desde su empresa y su ciudad de origen dirigirá todas sus operaciones comerciales merced a un ejército de comisionistas, representantes y empleados que trabajan para él, dicho peligroso traslado de monedas junto con las mercaderías, será paulatinamente remplazado por medios de pago cada vez más sofisticados: la letra de cambio, el pagaré, el crédito y, sobre todo, el funcionamiento de un verdadero clearing y cámara compensadora al cierre de cada feria.
No es nuestro propósito reseñar pormenorizadamente esa evolución que acompañará a la creciente acumulación de capitales en manos de los mercaderes y financistas burgueses de la Baja Edad Media; baste señalar que antes del Siglo XIV ya estaban en germen los que luego serían los seguros marítimos, las sociedades anónimas y todo un complejísimo sistema de intercambios, con técnicas cada vez más eficaces para la obtención de ganancias y acrecentamiento del lucro, objetivo primero y principal de toda esa actividad comercial, inexistente en la anterior etapa de la Alta Edad Media.
Nos interesa sí, referirnos a esa otra actividad concomitante con el desarrollo comercial y que constituye la piedra de toque en el perfeccionamiento del sistema: los estudios contables o el conocimiento de la teneduría de libros comerciales.
Necesariamente, todas esas operaciones que acabamos de mencionar, exigían día a día procedimiento más afinados y precisos, métodos más seguros y menos complicados, riesgos unitarios o centralizados, disponibles allí, en los lugares desde los cuales se dirigían las empresas y sus operaciones.
Explicablemente, en sus inicios, esas anotaciones surgieron dispersas en cada sucursal, con libros para las compras, para las ventas, para los deudores y para los acreedores, para las existencias o stock in hand de mercaderías, para el pago de los salarios de operarios y de empleados y, sin duda alguna, también el códice secreto en el que figuraban los guarismos escamoteados a los competidores y a los recaudadores de impuestos. Tan antiguos resultan los registros en negro.
Indudablemente, tantas y tan variadas anotaciones dificultaban no sólo las operaciones en sí mismas sino también su claro control y, consecuentemente, dificultaban la prevención del damnum emergens como también el cálculo del lucrum cessans, imprescindibles para la obtención de la sagrada ganancia.
La práctica de realizar un previo presupuesto de gastos e inversiones para obtenerla surgió tempranamente, así como el registro separado de las cuentas propias y de las cuentas de otros que luego, en la modernidad, derivarán hasta las actuales cuentas corrientes, pero que ya en el Siglo XIII posibilitaban efectuar pagos recíprocos por compensación sin traslado de efectivo.
La expansión de esta cada vez más compleja organización de los negocios, requirió un paulatino avance en las técnicas contables y, de manera explicable, tal como lo afirman los tratadistas e investigadores tanto de estos aspectos teóricos de las actividades, como en sus aspectos prácticos operacionales, fueron los mercaderes italianos los primeros innovadores en casi todos los rubros y también en lo que Werner SOMBART (1) denominó la piedra angular del capitalismo moderno: la contabilidad por partida doble, invención atribuida en algún momento a los genoveses, sobre la base de un hallazgo realizado en uno de los registros contables de los Massari, mercaderes de esa ciudad italiana, fechado en 1340, aunque más recientemente F. Melis (2) descubrió un asiento de doble entrada en un Banco de la ciudad de Pisa, fechado en MCCCXXXVI, es decir 1336.
Casi sin discusiones se acepta hoy la aparición de esta técnica en la región de Toscana en la primera mitad del Siglo XIV y su difusión pudo ser rastreada desde las ferias de Champaña a partir de los libros registrales de los Rinieri Fini, cuya etapa de mayor actuación se sitúa entre 1295 y 12305.
Esta verdadera revolución de la contabilidad, como la denomina Le Goff, (3) se difundirá a paso de hombre, con la lentitud propia de la época y también será hallada, bien que con las diferencias de método y utilaje, entre los mercaderes de la Hansa Teutónica y más lejos aun, en los registros realizados sobre cortezas de abedul (berestá) de las ferias eslavas contemporáneas en Nijni Novgorod, claro que en ambos casos los procedimientos resultan más rudimentarios que los utilizados por los italianos.
Digamos también que esas técnicas italianas recién comenzarán a generalizarse a fines del Siglo XV y aun algo más tarde, en regiones no tan alejadas, como las ciudades portuarias del occidente francés: Bretaña, La Rochela, Burdeos, etc., pero allí donde se aplican, encontraremos al mercader sedentario, que maneja la urdimbre de sus vastas y alejadas empresas y negocios, desde lo que hoy denominaríamos casa matriz y merced a un nutrido grupo de agentes, comisionistas, representantes, contables y empleados, que allí y en el extranjero le responden, tema éste abundantemente documentado en la correspondencia comercial de la época que, afortunadamente, ha sido
prolijamente conservada.
Veamos todavía un aspecto más, pero no menos importante, relacionado con esta aparición y crecimiento de las técnicas contables. Sabido es que las hoy denominadas ciencias económicas recién adquieren verdadera relevancia y autonomía a fines del Siglo XVIII y ello con motivo de la Revolución Industrial, sin que por entonces su enseñanza y aprendizaje se llevara a cabo en los ámbitos universitarios. En esta, como en tantas otras disciplinas científicas, las demandas que va formulando día a día la cambiante realidad socioeconómica, no será satisfecha en sus inicios por la Vniversitas, dado que la aritmética y la geometría, sólo serán meramente y hasta bien entrada la modernidad, dos de las cuatro vías (quadrivium) que se cursaban en la Facultad de Artes.
En los siglos XIII al XV, los conocimientos comerciales y bancarios, la teneduría de libros mercantiles, las nacientes técnicas que acompañan el creciente desarrollo del capitalismo y sus operaciones conexas, debieron idear y crear simultáneamente los ámbitos y los métodos para adiestrar a quienes necesitaban utilizarlos. Inicialmente, ese aprendizaje en el arte de los negocios, imprescindible para lo que podríamos denominar el perfil o la areté del perfecto burgués empresario, sólo tuvo la forma de un adiestramiento típicamente medieval, similar al del aprendiz aspirante a oficial en los talleres de los gremios de artesanos o al del paje aspirante a escudero al servicio de un señor feudal. Todos ellos respondían a una gradualidad sin prisas, para alcanzar la consagración como Maestro o como Caballero, según el caso, o en los negocios como Contable experimentado en el metier comercial, pero siempre con un entrenamiento práctico continuo, al servicio de algún mercader acreditado, ya se tratara de alguien perteneciente a su propia familia (empresa familiar) o en alguna firma amiga en actividad.
Al respecto, resulta suficientemente esclarecedora la obra de Francesco di Balduccio Pegolotti (1310-1342), titulada Prática della mercatura, para citar una entre varias que se asemejan y constituyen una especie de manuales al uso, en los que se reunían y describían experiencias, proponiendo ejemplos y problemas. Pero en realidad, el peso y lo importante de ese aprendizaje, continuará por muchos años basado, en lo práctico, trabajando con algún mercader acreditado y en lo teórico, en los limitados conocimientos de la aritmética y el cálculo propios de la época. Recordemos que el cálculo recién pudo progresar más fácilmente en Europa occidental a partir del Siglo XIII, gracias a la generalización en los ámbitos mediterráneos de la numeración arábiga, sobre todo con la utilización del cero indostánico, y la colocación de las cifras en posiciones fijas predeterminadas y constantes. Menos importante pero no desdeñable como facilitación de las operaciones, será también la adopción de la datación moderna en día, mes y año y la introducción y difusión del reloj en lo alto de los edificios comunales, con la división de los días en 24 horas mensurables, todo lo cual contribuirá e imponer el número, la precisión, el cronograma y la planificación en las prácticas contables.
Mención aparte merece el personaje que durante mucho tiempo fue considerado como el creador de la contabilidad por partida doble, aunque se tarea -valiosísima- fue la de mejorarla , llevándola a gran altura matemática y también la de difundirla. Nos estamos refiriendo a Luca PACIOLI (c.1445-c.1510), con quien la matemática medieval alcanza su culminación simultáneamente con Leonardo PISANO.
Relacionado íntimamente desde su juventud con las cortes burguesas italianas del quatrocento y con los artistas del Renacimiento, en 1477 PACIOLI ingresará en la orden de los franciscanos y comenzará a enseñar desde entonces en numerosas ciudades italianas. Su obra más famosa Summa de Arithmética, Geometría, Proportioni e Proportionalitá, será editada en Venecia en 1494 y constituye una verdadera enciclopedia matemática, escrita no en latín sino en lingua volgare, el toscano, ya para entonces definitivamente ennoblecido por escritores de la talla del Dante, Petrarca y Bocaccio. Esa obra comprende cinco partes, la primera de las cuales se ocupa de aritmética y álgebra; la última de geometría y, en lo que más nos interesa en el tema que venimos tratando, las segunda, tercera y cuarta, de aplicaciones comerciales, entre ellas la referida a la contabilidad por partida doble, expuesta de manera fundamentada, clara e impecable, lo cual posibilitó su difusión de manera rápida. No olvidemos que a mediados de ese Siglo XV, Gutemberg ya había puesto en vigencia la imprenta con tipos móviles, con todo lo que ello significará en orden a la difusión de los libros y las ideas.
En 1496, Luca PACIOLI publicó en latín y en Milán su obra más importante De Divina Proportione, cuyo subtítulo agrega Obra muy necesaria a todos los ingenios perspicaces y curiosos, con la que todo estudioso de filosofía, perspectiva, pintura, escultura, arquitectura, música y otras disciplinas matemáticas conseguirá una muy suave, sutil y admirable doctrina y se deleitará con varias cuestiones de secretísima ciencia.
Toda una propuesta de novísima actualidad para entonces. Baste decir que en Milán, PACIOLI entró en contacto con Leonardo DA VINCI, colaborando mutuamente en los temas relacionados con la áurea proporción, si se quiere, con un sentido cargado de misticismo, respecto a la división de un segmento en media y extrema razón, con algunas propiedades sin demostración.
Para esta obra, Leonardo realizó una serie de dibujos a mano alzada de figuras de sólidos, que influyeron notablemente en las concepciones estéticas de la plástica renacentista, pero sin relación con el tema de esta reseña: los orígenes de la Contabilidad.
NOTAS ACLARATORIAS
(1) SOMBART, Werner: El Capitalismo Moderno. Ulm, 1902.
(2) MELIS, F.: Storia Della regionaria. Contributo alla conoscenza e interpetazione delle fonti piu significative dellas storia economica. Bolonia, 1950.
(3) LE GOFF, Jacques: Mercaderes y banqueros de la Edad Media. Bs.As., Eudeba, 1962.