Entradas populares

domingo, 7 de agosto de 2011

MI BIBLIOTECA: El origen de las especies

Pedro Dobrée

No estoy por comentar un libro que tenga una relación directa con los temas de nuestra profesión. Pero sí lo tiene en forma indirecta, pues es una descripción excelente de cómo una idea, una teoría, es alumbrada por alguien en un contexto histórico propicio para que el nuevo paradigma eclosione; y este es un tema común a todas las ramas de la actividad intelectual.
En efecto, la autora proporciona al lector una maravillosa descripción de la concepción, de la gestación, del alumbramiento y de la repercusión posterior, de una de las ideas más importantes en el desarrollo del conocimiento científico de toda la historia de la humanidad. La idea es la teoría explicativa de como se han originado y luego evolucionado, las especies vegetales y animales sobre este planeta; su el autor es Charles Darwin.
Me refiero a un pequeño libro que compré en Noviembre del año pasado escrito por Janet Browne y traducido por Ricardo García Pérez, para la Editorial Sudamericana, que en Buenos Aires lo publicó en 2007. El libro se llama “La historia de El Origen de las Especies de Charles Darwin”. Es decir, un título dentro de otro título. Un libro pequeño: incluyendo Agradecimientos, Introducciones, Notas, Bibliografía, Índice Alfabético y sus 5 capítulos, tiene 173 paginas.
Antes de seguir, les informo que Janet Browne es una profesora de Historia de la Medicina en la Universidad de Londres, especialista en Darwin y autora de probablemente la mejor biografía del gran científico, escrito en dos tomos: Voyaging y The Power of Place.
En un lenguaje muy sencillo y ameno, pero riguroso, la autora describe, en el primer capítulo, las circunstancias de la niñez de Darwin. Nacido en un ambiente familiar intelectual, librepensador y científico, con la perspectiva de recibir una herencia familiar acomodada, experimentó auténticas condiciones materiales para sus logros posteriores.
Hijo de un médico, quiso estudiar en la Escuela de Medicina de Edimburgo pero abandonó sus estudios en 1827, al comprobar que no le era posible soportar la tan cruenta actividad de aquella época. Pudo sí tomar clases de química, historia natural, geología y anatomía y aprendió las técnicas de la taxidermia. Todo en uno de los núcleos científicos y médicos más importantes de Europa: la ciudad de Edimburgo.
Frustrado el intento de estudiar en Escocia, Darwin reelaboró sus objetivos y cambió su domicilio a Cambridge, donde quiso ordenarse sacerdote. El mundo de Cambridge era totalmente distinto a Edimburgo. Horarios de clases mucho menos exigentes y un ambiente cordial y progresista, le permitieron una vida social sazonada con los avances científicos del momento y abundante tiempo libre para dedicarse a la historia natural. Hizo amistad con Henslow y con Sedgwick, destacados en biología y en geología, respectivamente. Se interesó por las lecturas del archidiácono William Paley, en cuyo libro Teología Natural, pudo leer sobre la adaptación de los seres vivos a su entorno, luego de ser creados por Dios; este era la visión generalizada en Cambridge.
Fue en esta época en que recibió la invitación de hacer un viaje por todo el mundo, a bordo del H.M.S. Beagle, barco con misión topográfica al mando del Capitán Roberto Fitz Roy. El barco zarpó a fines de 1831 y volvió recién en Octubre de 1836. Recorrió un muy extenso itinerario que incluyó el archipiélago de Cabo Verde, las Islas Malvinas, las costas atlánticas y pacíficas de América del Sur, las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Tasmania, el Océano Índico, el cabo Buena Esperanza, Santa Elena y la isla de Asunción. Durante el viaje, el joven aspirante a pastor, hecho de un día para otro un marino, leyó los tres tomos de “Principios de Geología” de Charles Lyell y observó y recolectó una cantidad sumamente grande y muy diversa, de piezas y especimenes del mundo mineral, vegetal y animal. Todo se etiquetaba, se empacaba y, ante cada oportunidad para ello, se enviaba a sus amigos en Inglaterra. Un largo período durante el cual su intelecto se vio extraordinariamente estimulado, e inducido a pensar en una lenta evolución, en pequeños cambios, que modificaban el mundo natural con que se enfrentaba.
Cuenta Browne - leyendo la correspondencia entre Darwin y sus hermanas - que la perspectiva de ejercer como pastor rural fue volviéndose cada vez menos atractiva, en la medida en que avanzaba el viaje del Beagle y aumentaba su seguridad como naturalista.
El segundo capítulo del libro que estoy comentando, “Una teoría sobre el cual trabajar”, comienza al volver a una Inglaterra que ha cambiado sustancialmente en los cinco años de ausencia, tanto en la economía, como en la valoración moral y científica de la realidad que realizas las clases dominantes.
En 1838 se casa con una prima y lleva su familia a vivir a un sector rural del interior inglés. Allí sigue leyendo, observando y experimentando.
Ingresado al círculo social y científico de Cambridge, Darwin es aceptado como miembro de la Sociedad Geológica de Londres y de la Real Sociedad Geográfica, e hizo amistad con una numerosa comunidad científica, con quien comenzó a mantener una correspondencia intensa.
No es posible, escribe Browne, saber en que momento Darwin se convence de que las especies no han surgido como obra de Dios. Sus publicaciones no mencionan esta cuestión y solo la reserva para la intimidad con sus amigos. En 1838 lee al economista Malthus (“Ensayo sobre el principio de la población”) y es a partir de allí que desarrolla la teoría que le permite explicar la enormidad de casos recolectados y experimentados.
En 1844 apareció, con autor anónimo ”Vestigios de la Historia Natural de la Creación  que fue ampliamente leído. Aunque el valor científico del escrito era prácticamente nulo, su mensaje era el del evolucionismo y causó escándalo en los círculos tradicionales de la Iglesia y de la sociedad. Fue un toque de atención para Darwin, en el sentido de que se acercaba el momento de publicar su obra; de todas formas desoye el aviso y sigue sin publicar su obra.
El tercer capítulo se denomina “La publicación”. Se inicia en 1858 cuando Darwin recibe los borradores de un trabajo que espeja el suyo, escrito por Alfred R. Wallace, en las Indias Orientales Holandesas.
Sus amigos lo instan a publicar lo suyo con rapidez, Darwin sigue dudando pero finalmente acepta. Antes, sus amigos organizan presentaciones de sus teorías que incluyen a Wallace.
Entre las reescrituras de algunos capítulos y las pruebas de galera, transcurren más de 13 meses y en Octubre de 1959, los primeros ejemplares están en la calle: a exactamente 23 años del arribo del Beagle de su largo viaje por el mundo.
Janet Browne comenta como se fue alumbrando la obra. Las dificultades con una terminología que recién empieza a desarrollarse en inglés - como la palabra estrella: evolución – la lucha por no producir rechazos extremos en la sensibilidad religiosa, el editor elegido, John Murray,  un especialista en libros científicos y quien publicaba a Lyell, el papel positivamente importante de Emma su esposa, en las correcciones y discusiones de los borradores.
El libro sortea las dificultades de varios espacios en blanco de la teoría, como por ejemplo no contar con los conocimientos actuales referidos a genética. Significa además, el agotamiento físico de su autor.
El cuarto capítulo se llama “La controversia”. Y es la interesantísima descripción de lo que sucedió después.
Por de pronto fue un éxito editorial. Se leyó en todos los ambientes; el científico, el religioso, el político, en el de las clases más altas de la sociedad inglesa y en las bajas, entre periodistas, comerciantes, empresarios y educadores. Todos.
También se leyó en el exterior: U.S.A. Alemania, Francia, Rusia, Italia, Suecia.
En vida de su autor, el libro fue editado en 6 oportunidades con una tirada total de 18.000 ejemplares.
Debido a que la iglesia anglicana había avanzado en las ideas respecto a la adaptación a los ambientes de las distintas especies luego del acto de la creación, la oposición religiosa no se basó tanto en las contradicciones de la teoría con la historia bíblica, sino más bien a la manera en que las ideas darwinianas quitaban sustento a las que justificaban un comportamiento moral de la población, pues alejaba la idea de un Dios ordenador de la Naturaleza y preceptor de las relaciones entre los hombres. Esto, obviamente, llevaba la discusión a superar los límites de la religión e invadir los campos de lo político y lo social.
De las polémicas que rápidamente se suscitaron, Darwin se mantuvo al margen.  Prefirió el silencio en público y la correspondencia en privado. Dice J. Browne que buena parte de la supervivencia de las teorías darwinianas se deben al desarrollo, en las décadas del 40 y 50, del sistema postal victoriano y a la infraestructura imperial inglesa.
El entorno le fue favorable a la obra. Elementos positivos de este entorno son el desarrollo de la industria editorial, la paz y la prosperidad de la segunda parte del siglo XIX, la cultura a favor de la ciencia en la sociedad inglesa, la existencia de abundantes bibliotecas públicas, varios libros de amplia lectura con ideas cercanas a las de Darwin y a la infraestructura de comunicaciones que ya había en los países más desarrollados del mundo de esos tiempos.
De las discusiones públicas se encargaron mayoritariamente 4 amigos de Darwin. Charles Lyell, el geólogo mencionado antes, que luego escribió “La Antigüedad del Hombre”, libro con el cual bombardea la historia del diluvio y la idea tradicional de la creación. El botánico Joseph Hooker, Director de los Reales Jardines Botánicos de Kew, apoyó a su amigo desde las extensas experiencias con especies provenientes de todo el imperio y de los centros más recónditos del planeta. El también botánico Asa Gray, que escribía y polemizaba desde la Universidad de Harvard. Y finalmente Thomas Henry Huxley, zoólogo, creador de la palabra agnóstico para describirse a si mismo, se introdujo en las discusiones sobre la relación entre el mono y el hombre y protegió a Darwin de probablemente, su atacante más encarnizado. Fue el protagonista del famoso duelo verbal con el Obispo de Oxford, Samuel Wiberforce, duelo que el público, oliendo sangre, siguió como si este fuera un match de box, por el título mundial de los pesos pesados.
El libro tuvo sus trabas, como el que sufrió al publicar el físico William Thomson su teoría sobre la escasa edad del planeta, en relación al largo tiempo que necesitaban los cambios lentos de la evolución de las especies. Este obstáculo no fue sorteado hasta tanto se produjo el descubrimiento de la radioactividad, a principios del siglo XX.
Con anterioridad lectores de Darwin habían detectado lagunas en cuanto a los mecanismos genéticos de la descendencia y, por ende, de la evolución. Más tarde Mendel publicó (1865) sus artículos describiendo sus famosas experiencias con los guisantes y otras especies de la huerta de la abadía. Pero no parece que Darwin leyera a estos y las dudas, en la comunidad científica, permanecieron por bastante tiempo más.
El último capítulo, llamado “El legado”, trata las discusiones y las influencias de la teoría en la ciencia contemporánea. Para no hacer más largo este artículo, no lo he de comentar. Con lo dicho, me parece, ha quedado expuesto lo expresado al inicio. Janet Browne nos ha entregado una muy buena descripción del nacimiento y posterior vigencia de una idea que ha revolucionado a la ciencia y la cultura de su tiempo y de los tiempos posteriores. A la vez de explicar con claridad como las ideas nacientes no son producto de milagros, si no por el contrario, de una larga dialéctica entre autor y contexto.

1 comentario: