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jueves, 9 de septiembre de 2010

El cheque


Esta colaboración es algo inusual; su autor es un empresario amigo de Cipolletti que le gusta escribir cuentos y que, por su temática, consideré oportuno incluirlo en el blog. Por favor, no es una propuesta de práctico a utilizar en cátedras de Administración Financiera.
                                                                             
El cheque
El cheque era de trescientos pesos. No se trataba de una suma considerable, pero el rechazo me culpaba. Es que yo había presentido que el tipo era un charlatán de feria y no debí aceptarlo.  Cuando me ocurrían estas cosas mi mente exageraba su ritmo de trabajo, como si su única ambición fuese la venganza. El sujeto tenía un kiosco y yo le había hecho unos trabajos de electricidad poniendo doscientos pesos de material que todavía debía en “La Cablera”. Mis argumentos no fueron contundentes para él y aduciendo que no tenía chequera me rebotó la primera vez. Después, que no se la entregaban en el banco porque estaba en descubierto y por último ya me estaba echando y amenazando con palabrotas. Fue en ese momento que se despejo la neblina y el milagro invadió mi cabeza alborotando las ideas. Mi pereza dejó de bostezar y consentí un enredado plan de acción:
Entre tanto trámite de cobranza me había enterado que en horas de siesta el negocio lo atendía su esposa, una rubia sargentona llamada Ramona que tenía muy mal carácter. Con este conocimiento me fui a buscar a la Matilde, una mujer adornada de tentaciones que trabajaba en la Fernández Oro, entre Villegas y 25 de Mayo. Le explique la situación: Cómo pretendía recuperar doscientos pesos para mi y cien para ella: --“Sólo te tienes que presentar cuando esté atendiendo la mujer, le dije”. Ella no podía entender cómo se iba a ganar los cien pesos sin encamarse con alguien, pero yo era confiable y la había ayudado más de una vez, así que terminó asintiendo.
Al otro día la fui a buscar y la deje a una cuadra del kiosco. Se había producido con exceso de maquillaje y a mí me comenzaba a morder la conciencia, pero ya estábamos en el baile y había que bailar. Volvió en algo menos de diez minutos, azorada de desplantes y con algo de miedo.
-- ¿Cómo te fue? – le pregunté.
-- Me puteó de arriba abajo.
-- ¿Por qué, si vos fuiste a cobrar un cheque rechazado?
-- Fue cuando le dije que no era de hombres pagar los servicios de una mujer con     un cheque sin fondos.
Disfrutamos por adelantado imaginando el despelote que se le iba a armar, pero sabiendo que se lo tenía merecido. Después, tomando un café en “Plaza Bar” planeamos el siguiente paso:
A la mañana siguiente fui a comprar cigarrillos, el flaco tenía puestos los lentes negros para disimular la ojera que le había dejado la paliza de su mujer.  No mencioné el cobro del cheque, pero cuando me iba me preguntó:
-- ¿Qué hiciste con el cheque?
-- Se lo devolví a la mujer que me lo dio para que lo cobrara, para que sepa que no la estaba embromando. Me dijo que ella se iba a encargar, pero yo le prometí la plata. Aunque sea en cuotas se la voy a devolver.
-- No, no, querido, toma los trescientos pesos y por favor recupérame ese cheque que me lo piden del banco.
La Matilde no podía creer que se había ganado cien pesos fuera de la cama y tal vez por costumbre me quiso premiar. Pero yo la deje como a una heroína, con esa alegre fortaleza de haber parado la olla sin el envase de una piel inventada
 Pascual Marrazzo ©




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