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viernes, 11 de febrero de 2011

La calidad de ser un buen administrador no es un valor para el elector argentino

Raúl Umérez

Los que enseñamos Administración en los claustros universitarios/terciarios, diseñamos el programa de la materia en base a las cuatro actividades básicas del proceso administrativo que, hace más de un siglo, enunciaron los pensadores clásicos: planificar, organizar, dirigir y controlar[1].
La clave de la administración eficaz/eficiente de una organización es hacer bien, no una, no algunas, sino las 4 funciones citadas. Ser un buen administrador implica desarrollar estas funciones en forma sistémica y armónica con, por un lado la misión de la organización y, por otro, las restricciones que propone el ambiente.
En el plano privado, la condición de buen administrador es una habilidad altamente demandada por las empresas, mas allá de las experiencias que muestre el currículum vitae de los postulantes. Así, por ejemplo, vemos como el “Ceo” de una empresa de telecomunicaciones es contratado por una organización que se dedica a la extracción de petróleo. Y esto pasa porque, la habilidad de administrador de excelencia, es aplicable a cualquier tipo de organización, incluyendo las del sector público o del denominado tercer sector, ya que administrar es una actividad profesional que consiste en la aplicación de un conjunto de técnicas para hacer posible desarrollar con éxito el citado proceso administrativo.
Como lo dijera el maestro Peter Drucker, de quien recientemente se ha cumplido el centenario de su nacimiento, vivimos en una sociedad de organizaciones. Cita Drucker[2], que el ejemplo más rotundo del poder transformador de la administración es el Plan Marshall según el cual, con claros objetivos geopolíticos, el gobierno de los Estados Unidos inyectó 13,700 millones de dólares (el equivalente a hoy a unos 250 mil millones) en la desvastada Europa de posguerra, con la condición de que esos fondos se utilizaran para la reconstrucción del aparato productivo (y de paso, esos países les compraran insumos, productos intermedios y bienes de capital a las empresas estadounidenses que mostraban su capacidad productiva a pleno, luego de la guerra). La administración de esos recursos, puestos al servicio de la reconstrucción de la estructura productiva de ciertos países de Europa posibilitó el rápido resurgimiento de sus industrias, disminuyó la desocupación, aumentó el salario real y con ello generó el círculo virtuoso integrado por el combo aumento de la inversión-aumento del PBI-mayores salarios-aumento de la demanda-aumento de la producción-aumento de las ganancias empresarias y de nuevo nuevas inversiones. Y esto fue logrado, gracias a una eficiente/efectiva utilización (administración) de los recursos. Ahí está palpable y demostrable empíricamente, el poder de la Administración.
Las clases dirigentes de los países en cuestión aplicaron el proceso administrativo para 1) identificar los objetivos de los programas de reconstrucción y diseñar los planes de ejecución (prever); 2) identificar las áreas económicas de interés y los montos a destinar a cada una de ellas (organizar) 3) coordinar los esfuerzos materiales y humanos para llevar a cabo los programas (dirigir) y 4) verificar el cumplimiento en tiempo y forma de los planes establecidos (controlar).
“Administrar es gobernar y viceversa” dice H. Fayol en la obra citada anteriormente. Vemos, en consecuencia, una analogía entre ambos términos, como si tuviesen casi el mismo significado. De hecho, es común en la jerga política hablar del Gobierno de XX mencionándolo como “la administración XX”.
De esto se desprende que la habilidad de ser un buen administrador, debería ser una competencia fundamental a la hora de elegir un cargo a cualquier nivel político.
Me temo que si bien esta competencia es esencial para que un político goce de cierto respaldo popular, esto parece ser válido sólo en algunos países con estructuras sociales más maduras, y no tanto para las democracias jóvenes y mucho menos para la argentina. Y si bien todos los países de Latinoamérica, en tránsito a democracias fuertes y representativas, parecen estar en similar situación, existen algunas diferencias conceptuales importantes. Por ejemplo, la importancia de las políticas a largo plazo en el marco de las estrategias globales de los gobiernos de la región muestra importantes asimetrías. Mientras países como Brasil y Chile sostienen políticas basadas en objetivos estratégicos de largo plazo, que son compartidos por gran parte de la clase dirigente, cualquiera sea su color político, y son mantenidos en el tiempo por los distintos gobiernos que se suceden, en nuestro país la clase política muestra una llamativa incapacidad para imaginar el futuro y posicionar al país en el mundo complejo que se viene. La ausencia de proyectos a largo plazo refrendados por los 2 o 3 partidos mayoritarios es, me parece, una de las principales causas del deterioro del liderazgo de Argentina en América del Sur[3]. Y esto tiene que ver justamente con la primera actividad básica del proceso administrativo: planear.
La “pendularización” de las políticas es el patrón, el gobierno que asume hace exactamente lo contrario del anterior para “diferenciarse”. Rompe contratos, ignora compromisos y “hace la suya”. El resultado es la pérdida de inversiones (nacionales y extranjeras) por la falta de credibilidad acerca del mantenimiento de las reglas de juego a lo largo del tiempo, una condición que nos hace perder la ventaja competitiva de la todavía muy buena (y superior a la de los países limítrofes) formación del trabajador medio argentino.
El cortoplacismo mental parece ser una característica propia de la sociedad argentina. Cuando los candidatos a presidente se presentan en los medios de difusión, se pasan generalmente el 100% del tiempo defenestrando las acciones de los que están o despreciando al eventual adversario, más que proponiendo el modelo de país que  pretenden. Pero, a fuer de sinceros, tengo que admitir que no recuerdo a ningún comunicador social haberle preguntado a un entrevistado acerca del lugar que ocuparía nuestro país 4/8 años después de su eventual triunfo y con qué herramientas cree que lo lograría. Y tampoco escuché a un amigo/colega elogiar a algún candidato por su visión de futuro. Y es que la mentalidad de corto plazo se ha impuesto y penetrado en nuestra epidermis al punto de que sólo pensamos en “zafar” la coyuntura actual. Es cierto que, los argentinos tenemos algunas experiencias que nos pueden llevar a descreer de la planificación a largo plazo (Rodrigazo, salida de la tablita de Martinez de Hoz, hiperinflación de 1989/90, plan Bonex, corralito, corralón, muerte de la convertibilidad, pesificación de activos en dólares , macro devaluación). Pero, en mi opinión esos episodios fueron consecuencia justamente de la falta de planes de largo plazo y no deberían ser la justificación para no tenerlos. Todos sabíamos que alguna vez tendríamos que terminar con la convertibilidad, pero nadie quiso hacerlo en forma moderada y gradual y entonces hubo que aplicar la “solución argentina”: devaluación, inflación y manotazo al bolsillo de trabajadores y ahorristas.
Claro que, nuestra falencia no se remite solo a la falta de planes a largo plazo. También fallamos bastante en el corto plazo, tal como la muestran dos patéticos ejemplos de impericia administrativa que sucedieron al final de 2010: el traspaso de los vuelos de Aeroparque a Ezeiza con motivo del cierre del primero que causó un caos que duró más o menos 4/5 días y el problema de falta de billetes de $100. Ambos podrían no haber existido, de haber habido un mínimo concepto de lo que es la acción proactiva, que es anticiparse a los problemas antes de que se presenten e imaginar las posibles soluciones.
Nuestra democracia (soñar no cuesta nada) dará un salto de calidad en algún momento. Alguna vez pasaremos de tener una mayoría de representantes políticos impresentables (eso sí, líderes carismáticos), a tener una clase dirigente que entienda el valor de la palabra “administrar”. Necesitamos más líderes expertos (los que fundan su liderazgo en el conocimiento de la tarea y son reconocidos por ello) que líderes carismáticos (caras simpáticas y sonrientes en los avisos publicitarios). Algo así como hizo el pueblo chileno que, más allá de rigideces dogmáticas, optó por cambiar 20 años de gobierno de la Concertación para darle la oportunidad a Sebastián Piñera basado, entre otras cosas, en su habilidad en la administración de organizaciones. ¿Habrá que impartir cursos de Administración a los políticos argentinos, en su mayoría de profesión abogados?
Podría hablar de cada una de las otras  actividades del proceso administrativo, pero quisiera terminar con la última, que según se vea, puede ser la primera: el control. También aquí tenemos mucho que mejorar. Solemos implementar medidas a partir de los hechos consumados. Profundizamos las normas de control en las rutas luego de que mueren una docena de estudiantes adolescentes en un trágico accidente que todavía hoy nos estruja el corazón. Nuestros políticos se llenan la boca con cada muerte en una cancha de futbol, y quizás propongan penas más severas, pero no se animan a desarticular el sistema que genera esa violencia porque no ven, o no quieren ver, que se trata de un problema sistémico (y, o bien no aprendieron teoría de los sistemas, o bien se les quedó perdido en algún rincón de sus recuerdos). Y seguramente se olvidarán pronto del tema….hasta la próxima muerte. Actuamos reactivamente. Necesitamos más controles preventivos, esos que evitan que se produzca el problema al cual se quiere atacar. Hace unos años pasé a Chile por el paso de Pino Hachado. Comprobé, con bastante de vergüenza propia, la pulcritud de los controles chilenos en materia de prevención del narco tráfico, en oposición a la laxitud de los nuestros.
Necesitamos profesionalizar la actividad política, exigir de nuestros representantes la rendición de cuentas y castigarlos por la mala utilización de los recursos que nosotros mismos les hemos dado. Hacerles ver que administrar mal la cosa pública tiene un costo elevado. Los que enseñamos Administración en las aulas tenemos alguna responsabilidad al respecto, pero solos no haremos mucho. Tendrá que ser una demanda social generalizada.


[1] “Administración Industrial y General. Henry Fayol. 1916

[2]La Gerencia: Tareas, responsabilidades y prácticas. Peter Drucker. 1973

[3] En 2008, cuando el mundo se debatía en una inédita crisis financiera originada en los países centrales, y mientras los argentinos nos debatíamos en nuestra propia crisis inventada “Gobierno versus campo” plagada de anacrónicos argumentos ideológicos, el Presidente Lula lanzaba un plan de 53.000 millones de dólares, porque según sus palabras "Imaginen un gran oso hibernando en una caverna helada. Ese oso es Estados Unidos y Europa. Cuando se despierte, el oso va a querer comprar cosas y Brasil tiene que estar listo para producir, vender, ganar dinero y fortalecer su industria". Les recuerdo que Lula provenía del “Partido Socialista de los Trabajadores”, no de una organización de la “derecha neoliberal”

5 comentarios:

  1. Y qué dirá el pobre Henry Fayol en el más allá? Porque él decía que la Administración era tan importante para la sociedad, que debía enseñarse en todos los niveles educativos y que el Estado debía controlar que así sea.

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  2. José Luis Barufelli16 de febrero de 2011, 10:21

    Aquí en Perú sucede algo similar. El corto plazo y objetivos solo referidos a la supervivencia política de gente en el gobierno, son las características de la acción del Estado. Aunque hay excepciones, este comentario vale para la mayoría de los casos.

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  3. me gustaría imprimir remeras con la frase
    "administrar mal la cosa pública tambuién es delito"

    gracias por la nota

    Adriana Capuano

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    Respuestas
    1. Adelante con la impresión. No te exigiremos que cites en la remera la fuente.

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    2. Gracias Adriana, te tomo la idea. Raúl

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